36

Después de hacer un análisis meticuloso de mi consumo de películas, llegué a esa bonita cifra.

Voy 36 veces al año al cine.

Eso sin contar las películas que pueda ver en la tele.

 Pero pensaba lo que decía de mi que casi la mitad de los fines de semana de cada año estoy metida en una sala oscura, sumergida en las historias de otros, viviendo a través de sus ojos, en estepas, en montañas, en ciudades de altos edificios y paredes de espejo.

Mientras afuera sigue la marcha de los autos, el claxon de las señoras, los perros bucando taquería abierta, las manos extendidas por monedas.

Yo estoy envuelta entre luces que cuentan cuentos, en la butaca suave o incómoda que va cediendo al peso de mi cuerpo, cruzada de sueños y esperanzas, estremecida y temblorosa, sin más en la mente que el final de la historia.

En ese caldero de luz y sueño se vacían mis minutos de vida, contando historias que no son mías, que acaso pueden ser el reflejo de alguien que si vivió eso.

¿Es que acaso renuncio 36 días al año a la aventura para vivir este substituto claro y dulcificado de un viaje, de un encuentro, de un despertar, de una revelación?

Este año me ha dejado pensado muchas cosas, me siento cansada y débil, como si parte del viaje hubiera sido en balde.

D.

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