Herrumbre

Siempre pienso en mis libros de la infancia.

Uno de los que más recuerdo es el de una escritora brasileña, que decía que cuando no dices lo que piensas se te forma herrumbre en el alma.

Allí andamos todos herrumbrosos y oxidados por la vida, con cosas por decir, que se quedaron en nuestra alma y nos van carcomiendo hasta los huesos.

Henrietta, la de la herrumbre violeta, fue la sabia niña que se percató de ello y le avisó a Raúl, el de la herrumbre azul que no debería de quedarse con nada: si creía que el chofer del autobús era un grosero y un abusivo que no dejaba subir a los pasajeros mayores, debía decirlo fuerte y claro.

Yo he estado aquí, pensando cómo decir lo que siento. Le doy vueltas. A veces si lo escribo, otras veces me quedo con palabras en el tintero.

Si yo te dijera lo que pienso.

Si tú supieras.

Pero quizá ni siquiera leas estas palabras, así que tengo tiempo para masticarlas.

La herrumbre tiene tiempo para meterse en mis huesos y ser mi nuevo tuétano.

Darina, la de la herrumbre cantarina...

A veces también el silencio canta, tiene un ulular de grillos y hojas secas. Es un pasto que rueda en una plaza abandonada, donde los niños dejaron de jugar y tienen un columpio que se mece solo, ligeramente.

Darina, la de la herrumbre cantarina.

Mi herrumbre quiere decirte tantas cosas que ya se puso a buscar canciones en Spotify y no encuentra una que lo abarque todo. Quizá deba de pagar el plan Premium para que deje de saltar mi corazón en random, en busca de una canción con tu nombre, apellido y dirección.

Me compré una lima. Sólo espero que no empiece a llover.

Quiero empezar a tallar el silencio, hasta que sea un montón de polvo seco que pueda soplar en un golpe de viento, en una canción.

D.

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